Entre la ruina y los terroristas

ES MUY posible que esta sea la última columna que escriba en esta página antes de que se certifique el fin de quienes se han convertido en el peor Gobierno de la democracia. Y, aunque decir adiós a esta lamentable etapa se convierte en motivo de esperanza, resulta difícil mantener una sonrisa consistente cuando se analiza el estado en el que deja España quien es probable que incluso acabemos descubriendo que nunca debería haber llegado a la Presidencia.

Zapatero se va a «supervisar nubes», y deja tras de sí un país en el que cada 20 segundos un trabajador es lanzado al paro, y en el que cada cinco minutos un negocio cierra sus puertas. Él insiste, desde su absoluta ignorancia económica, en que se marcha tras realizar las reformas necesarias. Pero deja, a su salida, un país rescatado por las compras de deuda del BCE y a las puertas del lanzamiento del plan de ayuda internacional con el que evitar nuestra bancarrota. Él prometió un país sin crispación. Y abandona el cargo tras sembrar el guerracivilismo más irracional y en medio del llamamiento de la extrema izquierda al amotinamiento en las calles. Él aseguró que, gracias a su talante, los nacionalistas ayudarían a gobernar España. Y deja a su paso el mayor saqueo de las arcas nacionales jamás realizado por quienes ya ni tan siquiera pretenden llamarse nacionalistas, sino que exhiben con orgullo su independentismo e insumisión a la Justicia más inconstitucionales.

Todo un currículum de desastres para un presidente que pretendía, como último recurso, lavar su cara con el fin de ETA, y que se ha dado de bruces con una banda desafiante que, tras lograr el apoyo de Zapatero para sentar en las instituciones a los proetarras, aún tiene la osadía de autoentrevistarse para dejar claro que si alguien pretende su desarme ya puede ir pensando en entregarles los presos, concederles la autodeterminación y regalarles Navarra.

Llegados al fin de su etapa, tan solo espero que, pese a la más que obvia incapacidad de reflexión del todavía presidente, su obra persiga su conciencia. Que el recuerdo de las víctimas de ETA a las que ha insultado salpique su prometida y tranquila estancia en León. Que las cifras de paro provocadas por su negligencia impregnen sus anunciadas y apacibles siestas de hamaca, igual que su ideología ha destrozado la vida en los 1,4 millones de hogares sin ningún ingreso laboral. Y que la historia, esa que él tanto ha pretendido cambiar, le retrate, con la mayor de las crudezas, en su absoluta toxicidad.